> Diario de Abish: Palabras fortalecedoras y (diez) milagros en terreno sagrado

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domingo, 3 de agosto de 2025

Palabras fortalecedoras y (diez) milagros en terreno sagrado

En las semanas del 20 de julio al 1 de agosto (receso escolar invernal) había planificado ir lo que más seguido posible al Templo pero el estado gripal me sorprendió los primeros días, así que tuve que quedarme en casita.

Recién pude asistir el jueves.

Primero, y aunque había un poco de viento, me senté en uno de los bancos que están afuera.  Así, sin ningún ruido que interfiriera, retomé mi postergada lectura del Antiguo Testamento; más precisamente, en el libro de Job, un  "hombre perfecto y recto, y temeroso de Dios y apartado del mal." (Job 1: 1) que sufrió, en contadas horas, las situaciones más adversas, por lo cual se pregunta:

"¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me recibieron las rodillas? ¿Y para qué los pechos me amamantaron? Pues ahora estaría yo muerto y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso... ¿Por qué se da luz al que sufre y vida a los de ánimo amargado, a los que esperan la muerte, pero no les llega?"
Desde mi punto de vista, más que una queja es una profunda reflexión sobre el propósito de la vida. Esa es la impresión que sentí, nada más y nada menos que con la vista del Templo frente a mí. (En las historias destacadas de mi perfil de Instagram compartí lo que estaba viendo justo en mi momento de estudio personal de las Escrituras)

Más tarde, mientras mi hijo menor hacía bautismos vicarios con otros jóvenes de nuestra Estaca, pude hacer una ordenanza por alguien emparentado con mi esposo.



Mientras esperaba para poder realizar la ordenanza, abrí la Biblia y la abrí justo en Isaías 54. Mis ojos recorrieron los siguientes versículos:

"Porque como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como a la esposa de la juventud que es repudiada, dice el Dios tuyo. Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, mas con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice tu Redentor, Jehová." (Isaías 54: 6-8)

Me identifiqué totalmente con esas palabras porque, en algún momento de mi vida, fui como esa mujer "abandonada y triste de espíritu" a la cual el Señor llamó y recogió "con grandes misericordias". El del jueves fue un recordatorio más del Señor (porque los últimos días previos a la visita al Templo estuve un poco apesadumbrada) del infinito amor que me tiene, aún con mis debilidades y todo.

Ayer se repitió la visita y fue, aún, más especial ya que fue el último sábado antes de que la Casa del Señor cierre sus puertas por tres meses, debido a mantenimiento. Tanto el interior como los alrededores del Templo desbordaban de gente. Yo misma tuve que hacer dos ordenanzas, en vez de las cinco estipuladas, por falta de tiempo.


Sin embargo, antes de irme pude compartir, con algunas hermanas, otras tarjetas que había llevado. Me volví con un gozo que no cabía en mi pecho, porque se pudo hacer la obra por diez mujeres de mi árbol genealógico, cosa que no tenía planeada y que percibí como la mano de Dios acomodando las cosas para que algunas de Sus hijas, que están del otro lado del velo, pudiesen avanzar espiritualmente. Como bien dicen las Escrituras, en las ordenanzas "se manifiesta el poder de la divinidad." (Doctrina y Convenios 84: 20)

¿Alguien podría decir que ayer no fui testigo de un milagro? Mejor dicho, ¿de diez?