Últimamente me siento un poco como el rey Benjamin, "sujet[a] a toda clase de enfermedades de cuerpo y mente" (Mosíah 2: 11). Este año fue un tanto movidito y esa es otra razón por la cual alejarme de las redes, estoy segura, pondrá, otra vez, todo en su "eje".
Tengo la tendencia a ser crítica conmigo misma, a culparme por cosas que dije e hice, o que no dije ni hice en su momento, y eso es, la verdad, agotador. Mi bálsamo de Galaad lo encontré a través del discurso del élder Utchdorf que dio mi hijo, ayer, en la reunión sacramental:
Es sorprendente lo que podemos aprender cuando miramos un poco más de cerca el plan de salvación y exaltación de nuestro Padre Celestial, el plan de felicidad, para Sus hijos. Cuando nos sentimos insignificantes, desechados y olvidados, aprendemos que podemos estar seguros de que Dios no nos ha olvidado; de hecho, Él ofrece a todos Sus hijos algo inimaginable: llegar a ser “herederos de Dios, y coherederos con Cristo”.
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"Gracias al amor perfecto que Dios tiene por nosotros y al sacrificio eterno de Jesucristo, nuestros pecados —tanto los grandes como los pequeños— pueden ser borrados y no recordarse más. Podemos presentarnos ante Él puros, dignos y santificados.
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La expiación infinita del Salvador cambia por completo la forma en que podríamos ver nuestras transgresiones e imperfecciones. En lugar de insistir en ellas y sentirnos irredimibles o sin esperanzas, podemos aprender de ellas y sentirnos esperanzados. El don purificador del arrepentimiento nos permite dejar atrás nuestros pecados y emerger como una nueva criatura.
Gracias a Jesucristo, nuestros fracasos no tienen por qué definirnos; pueden refinarnos.
Al igual que un músico que ensaya escalas, podemos ver nuestros errores, defectos y pecados como oportunidades para obtener un mayor conocimiento de nosotros mismos, un amor más profundo y honesto por los demás, y un refinamiento a través del arrepentimiento.
Si nos arrepentimos, los errores no nos descalifican; ellos forman parte de nuestro progreso.
Todos somos niños en comparación con los seres de gloria y grandeza que estamos destinados a llegar a ser. Ningún ser mortal pasa de gatear a caminar y a correr sin tropiezos, golpes y magulladuras frecuentes; así es como aprendemos.
Si seguimos practicando diligentemente, esforzándonos siempre por guardar los mandamientos de Dios y comprometiendo nuestros esfuerzos en arrepentirnos, perseverar y poner en práctica lo que aprendemos, línea por línea, recogeremos luz en nuestra alma. Y aunque tal vez ahora no comprendamos del todo nuestro potencial, “sabemos que cuando [el Salvador] aparezca” veremos Su semblante en nosotros y “le veremos tal como él es”.
Por la tarde, ya en casa, tuve la oportunidad de leer artículos de la edición física de la revista Liahona, relacionados con la ministración y con la influencia que las mujeres santos de los últimos días pueden ejercer en su esfera de acción. Ambos artículos me recordaron en qué cosas debo centrar mi atención y esfuerzos.
Como en todas las cosas buenas, Jesucristo es nuestro ejemplo perfecto. El Salvador nos guiará en nuestros esfuerzos cuando dejemos nuestro hogar —y abandonemos nuestra postura cómoda— para ministrar a quienes nos rodean como Él lo haría. Entonces, nuestra ministración llegará a ser más significativa que cualquier cosa que pudiéramos decir o hacer por nuestra cuenta. (Seguimos al Maestro de la ministración)
El presidente Russell M. Nelson enseñó que “las mujeres han sido bendecidas con una brújula moral singular” y tienen “dones y predisposiciones espirituales especiales” para percibir las necesidades humanas, consolar, enseñar y fortalecer. Nuestras comunidades dependen de que las mujeres desempeñen sus funciones singulares como líderes, maestras, cuidadoras, sanadoras y pacificadoras.
Como mujeres, somos parte de una hermandad mundial de la que a menudo no se habla. Las mareas y estaciones de nuestra biología y la universalidad de la forma en que gestamos y nutrimos a la humanidad nos conectan de manera tácita a través de las brechas culturales y las barreras lingüísticas.
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¿La vida de quién pueden mejorar significativamente hoy con un acto de compasión? Les insto a que hagan una pausa por un momento y se conecten con nuestro Padre Celestial, la fuente más elevada de inspiración, y luego esperen en silencio la guía del Espíritu Santo. Les invito a que la escriban y la lleven a cabo. Espero que este sencillo ejercicio les ayude a reconocer que nuestro mayor éxito consistirá en desatar el poder de nuestra hermandad mundial. (Como mujeres, somos parte de una hermandad mundial de la que a menudo no se habla)