Originalmente, el tenor de esta publicación era otro pero a medida que lo fui pensando y puliendo acabó siendo lo que estás leyendo ahora. En los últimos días, ciertas situaciones y actitudes me hicieron sentir incómoda, excluida, decepcionada. Cuando eso pasa tiendo a aislarme, a dudar de mí misma, de mi capacidad. Lo sé, son cosas sobre las que debo trabajar y, de hecho, estoy en ese proceso. Algo de eso ya lo mencioné acá.
Por eso, no me quiero concentrar en la parte negativa sino en lo que vino después de la "tormenta". Aún sintiéndome un poco triste, mi hijo menor (¡un adolescente de trece años!) me dijo lo que, justo, estaba necesitando. Posteriormente, dos queridas amigas de la Iglesia confirmaron, con sus palabras, lo dicho por él.
¿A que voy con esto? A que hay que prestar atención a los consejos y palabras de aliento de nuestro círculo más intimo porque, muchas veces, cuando estamos desanimados y no podemos ver ni pensar con claridad el Señor se manifiesta a través de las personas que lo conforman.
"...Por boca de dos o de tres testigos se establecerá toda palabra." (2 Corintios 13: 1)
Es así que podemos saber o recordar que no estamos solos, que Nuestro Padre Celestial está al tanto de cada uno de nuestros desafíos y batallas silenciosas.
"Según una leyenda alemana, cuando Dios había terminado de nombrar a todas las plantas, una se quedó sin nombre. Una vocecita dijo: “No me olvides, ¡Oh Señor!” Y Dios dijo que ése sería su nombre.
(...)
En mi niñez, cuando miraba a las diminutas nomeolvides, a veces me sentía un poco como esa flor: pequeño e insignificante. Me preguntaba si mi familia o mi Padre Celestial me olvidarían.
Años más tarde, recuerdo a ese muchacho con ternura y compasión. Ahora lo sé, nunca quedé en el olvido.
Y sé algo más como apóstol de nuestro Maestro Jesucristo, proclamo con toda la certeza y la convicción de mi corazón, ¡que ustedes tampoco!
(...)dondequiera que estén, sea cual sea su situación, ustedes no han sido olvidad[o]s. No importa cuán oscuros parezcan sus días, no importa cuán insignificantes se sientan, no importa cuán relegad[o]s crean que estén, su Padre Celestial no l[o]s ha olvidado. De hecho, Él l[o]s ama con un amor infinito.
(...)
El amor de Dios y el poder del Evangelio restaurado son redentores y salvadores. Si sólo permites que su amor divino entre en tu vida, puede curar cualquier herida, sanar cualquier dolor y aliviar cualquier pena." (Si querés leer el discurso completo, lo encontrás acá)
Otra cosa que pude rescatar de mi -no tan grata- experiencia (no solo en esta oportunidad sino en tantas otras en el pasado) es que, así cómo me sentí yo, inconscientemente, quizás, pude haber hecho sentir a alguien más. Tomo esto, entonces, como una lección, un buen recordatorio para no volver a cometer semejante descortesía y sí ser la clase de persona con la que se pueda contar.
La Regla de oro del Señor:
"Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas." (Mateo 7: 12)