Pasaron apenas veinte días desde que regresamos de Necochea y ya estoy extrañando. Aún antes de conocer la ciudad sabía, muy dentro de mí, que me iba a enamorar del lugar, y no me equivoqué. Incluso me planteé qué pasaría si viviera allá, si podría adaptarme. Teniendo en cuenta mi personalidad, un tanto solitaria, y mi escasa vida social (jajajaj) me di cuenta de que me sentiría a mis anchas. Lo mejor de todo es que mi esposo siente igual. Así que, permitíme soñar, esperamos, algún día, tener una casita por aquellas latitudes.
En el blog anterior te mostré un pantallazo de nuestro primer día. El segundo fue más de playa y descanso. El segundo y el tercero fueron más intensos, y ya el resto bajamos un poco los decibeles, por pedido de los chicos. Es que la idea de vacaciones que tienen ellos (sobre todo el menor) tiene que ver más con chapuzones en el mar y paseos tranquilos por la peatonal, sin tanto turismo "aventura" jajjajaja. Debo confesar que yo quería conocer, visitar, recorrer toooodo Necochea, Quequén incluida, de arriba a abajo y de lado a lado, cosa imposible. Mi hijo me hizo dar cuenta de que, de seguir así, ya no me iba a quedar nada por conocer en una próxima visita. ¡Buen punto!
Las fotos del segundo día te las debo. Es que llega un momento en la vida en el que sacarte sieeempre las mismas fotos en la playa, posando con la sombrilla, saliendo del agua, tomando mate, etc, etc., deja de tener sentido y te dedicás solo a disfrutar sin andar mostrándolo a todo mundo (y en caso de sacarlas, o tratás que sean lo más naturales posibles, sin posturas, o te las guardas para vos mismo).
El tercer día nos sorprendió con el Parque Eólico↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷↷
Perdón si este post te deja sabor a poco. Textos del Instituto me están llamando 🙈 ¡Hasta la próxima!