> Diario de Abish: julio 2021

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lunes, 19 de julio de 2021

Avatares de una estudiante cristiana

¡Sí, las tan esperadas vacaciones de invierno por fin están aquí! En el Profesorado tengo bastantes cosas pendientes: lecturas atrasadas, participaciones en el campus virtual, alguna que otra actividad para acreditar una materia,  etc., etc.,  pero me lo estoy tomando con calma. Ya van tres días de "relax". El primer cuatrimestre de cursada fue muy intenso, casi agobiante. Hubo momentos en los que hasta lloré de la frustración, creyendo que no iba a poder entregar trabajos en tiempo y en forma; contemplando la posibilidad de largar todo. Literalmente, fue un caos. 

¿Cómo  sobreviví a esa "montaña rusa" emocional?  Leyendo Escrituras y discursos, registrando mis impresiones en mi diario (en el otro, no en éste), orando, ayunando y, por supuesto, teniendo el apoyo total de mi familia. 



Algunas de las (oportunas) palabras que me rescataron de esa "vorágine" en la que, sin darme cuenta, había caído:

"Solamente esfuérzate, y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todas las cosas que emprendas. (Josué 1:7).
"[...]Creed en Jehová vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados." (Josué 20: 20)
"Y mirad que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten. Y además, conviene que sea diligente, para que así gane el galardón; por tanto, todas las cosas deben hacerse en orden." (Mosíah 4: 27)
"No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos, o con qué nos hemos de vestir? Porque vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán por sus propias cosas." (3 Nefi 13: 31-34)


"Por medio de una serie de entrañables misericordias, cuando era un joven doctor al terminar la escuela de medicina, me aceptaron en un programa de residencia de pediatría competitivo y destacado. Cuando conocí a los demás pasantes, me sentí como el menos inteligente y preparado de todos y pensé que nunca podría estar a la altura del resto del grupo.

A principio de nuestro tercer mes, estaba sentado en la sala de enfermeras una noche en el hospital, mientras alternaba entre llorar y dormitar al intentar escribir las órdenes de admisión para un niño con pulmonía. Nunca me había sentido tan desanimado en mi vida; no tenía ni idea de cómo tratar la pulmonía en un niño de 10 años de edad y empecé a preguntarme qué estaba haciendo ahí.

En ese preciso momento, uno de los residentes de más antigüedad puso su mano sobre mi hombro; me preguntó cómo estaba y le conté mis frustraciones y temores. Su respuesta me cambió la vida. Me dijo lo orgullosos que estaban de mí, él y el resto de los residentes de más antigüedad, y que pensaban que llegaría a ser un excelente doctor. En pocas palabras, creyó en mí en un momento en el que ni yo creía en mí mismo." (Discurso completo acá)

 

"Volviendo a mi experiencia [...] en ese tiempo llegué a la conclusión de que debía continuar mis estudios y solicitar una beca en una universidad estadounidense. Si se me seleccionaba, tendría que dejar mi empleo, vender todo lo que teníamos y venir a vivir a los Estados Unidos como estudiante por dos años.
 Los exámenes de inglés y de admisión fueron los primeros desafíos que tuve que vencer. Tomó tres largos años de preparación, muchos “no” y algunos “quizá” antes de que me aceptaran en una universidad. Todavía recuerdo la llamada telefónica que recibí de la persona responsable de las becas al final del tercer año.
Me dijo: “Carlos, tengo una buena noticia y una mala. La buena es que estás entre los tres finalistas de este año”. En ese momento sólo había una plaza. “La mala noticia es que uno de los otros candidatos es hijo de alguien importante, el otro es hijo de otra persona importante y luego estás tú”.

Yo respondí rápidamente: “Y yo… yo soy hijo de Dios”.

Felizmente, el linaje terrenal no fue factor decisivo y me aceptaron ese año, en 1992.

Somos hijos del Dios Todopoderoso. Él es nuestro Padre, Él nos ama y tiene un plan para nosotros. No estamos aquí en esta vida sólo para perder el tiempo, envejecer y morir. Dios desea que progresemos y logremos nuestro potencial.

Tal como dijo el presidente Thomas S. Monson: “Cada [uno] de ustedes, [solo] o [casado], no importa la edad que tenga, posee la oportunidad de aprender y de progresar. Expandan su conocimiento, tanto intelectual como espiritual, hasta la medida completa de su divino potencial” (Discurso completo acá)

 

La parte espiritual, tan poco valorada por muchos, es la que me mantuvo a "flote" a lo largo de este año y medio de cursada. Si de alguna manera te sentiste identificado/a, te invito a hacer la prueba; desconectáte por un rato de los avatares del mundo y buscá esa paz que solo proviene de los cielos. ¿Te espero en el próximo post y me contás cómo te fue?